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martes, 16 de febrero de 2021

DE BEATERIO A CAPITOLIO: NUEVOS USOS EN VIEJAS EDIFICACIONES DE VALENCIA EN EL SIGLO XIX

 Dra. Arq. Ana Elisa Fato Osorio

El objetivo de este artículo es conocer el proceso de transformación urbana y arquitectónica de finales del siglo XIX a partir del cambio de uso del Beaterio de las Carmelitas a las instalaciones del Capitolio, en Valencia.

El objeto de estudio en este caso construido, se constituye en la fuente primaria para el análisis y la interpretación y con la cual se realiza la representación de un pasado reconstruido. Aquí la fuente es un objeto material, el cual puede valorarse a partir de sus propiedades y los códigos interpretables de los elementos que los compone. La existencia del objeto de estudio hace que el mismo sea una fuente fiable, porque el mismo indica la fecha y el lugar de su origen.

El discurso se construye, en una parte, a partir de la explicación descriptiva del edificio, sin embargo, la representación de esta parte del pasado del siglo XIX se construye a partir del significado, los detalles y el cambio de uso de este objeto y su relación con los procesos característicos del siglo XIX venezolanos.

Es así como se develan las intenciones de las transformaciones urbano-arquitectónicas en el siglo XIX, en las cuales intervienen tres elementos importantes y que se expresaron en la nueva función del Beaterio. En primer lugar, la imagen que asumió la función de administrar los complejos procesos socio-económicos; en segundo lugar, la nueva forma de usar los espacios arquitectónicos y urbanos, de acondicionar estructuras preexistentes contando con la participación de profesionales en el proceso de transformación y, en tercer lugar, la relación función-estilo arquitectónico como factor determinante en el intento de eliminación de todos los vestigios de arquitectura “española” y la conformación de especializados centros de actividades administrativas alternos al viejo centro.

Los cambios arquitectónicos y urbanos sucedidos durante el siglo XIX en Venezuela comprenden desde renovaciones urbanas impulsadas por la incorporación del país al sistema capitalista impuesto por los países europeos, hasta proyectos arquitectónicos puntuales en donde se desarrollaron nuevas actividades en las principales ciudades del país.

Entre las nuevas actividades se encontraban las administrativas cuyo origen comenzó a ser determinado por las nuevas funciones asumidas por el Estado desde la segunda mitad del siglo XIX. Una de las manifestaciones importantes fue la división del Ministerio de Fomento en diferentes direcciones, particularizando las actividades administrativas; ya el Estado no puede ser entendido como “único” ente organizador sino que dentro de él se inicia la especialización de las funciones: la salud, las obras públicas, las estadísticas.

En este rasgo de especialización dentro del Estado el papel de la infraestructura donde se producirían las actividades administrativas decimonónicas fue de importancia: éstas debieron ser representantes del proceso que se gestaba, con base en propuestas de renovación que contemplaron la ejecución de proyectos, no bajo un orden estricto de planificación sino mediante soluciones a problemas planteados por una nueva estructura económica de corte capitalista.

En las principales ciudades venezolanas, las transformaciones de edificaciones existentes desde la colonia con usos religiosos, dan paso a nuevos edificios de arquitectura historicista con usos exigidos por los nuevos esquemas de organización y actividades del siglo XIX.

Tres elementos importantes participan en esta nueva modalidad de transformaciones urbano-arquitectónicas decimonónicas en Venezuela los cuales pueden considerarse en el análisis del cambio del Beaterio de las Carmelitas a las instalaciones del Capitolio en el año 1875, en la ciudad de Valencia: primeramente, la imagen que asume la función de administrar los complejos procesos socio-económicos; en segundo lugar, la nueva forma de usar los espacios arquitectónicos y urbanos, de acondicionar estructuras preexistentes contando con la participación de profesionales en el proceso de transformación; en tercer lugar, la relación función-estilo arquitectónico como factor determinante en el intento de eliminar todos aquellos vestigios de arquitectura “española” y la conformación de especializados centros de actividades administrativas alternos al viejo centro.

a)           El Capitolio de Valencia: la nueva imagen del Estado

Al Guzmán Blanco asumir el poder, inicio un plan de obras públicas con el objeto de renovar la imagen urbana y arquitectónica de la ciudad, especial atención brindó Guzmán Blanco durante sus períodos de gobierno, al desarrollo de obras urbanas y de arquitectura civil y públicas a la ciudad de Valencia, no con esquemas de estricta planificación, sino como adecuaciones a nuevas situaciones, donde los principales escenarios son las áreas públicas, las sedes gubernamentales y las obras de servicios: en 1874 se realizó la construcción de la plaza Guzmán Blanco, frente al Colegio Nacional transformado en Universidad, la colocación de monumentos escultóricos en las mismas, la construcción de la Iglesia Matriz de la capital, la construcción de acueductos, el Teatro Municipal, con los que Valencia alcanzó un carácter urbano de similares características al de la ciudad de Caracas –visión racionalizada de la ciudad, la incorporación de plazas públicas, bulevares peatonales, espacios arbolados con caminerías, luminarias públicas– en fin, toda una exposición pública de nuevas tecnologías puestas al servicio público y que al mismo tiempo se estructuraron como espacios de antesala a las edificaciones públicas, como el Teatro, el Capitolio.

            El Capitolio de Valencia se convirtió en el siglo XIX en la sede de las actividades administrativas de la capital del Estado Carabobo, se produjo una adecuación a la sede de Beaterio de las Carmelitas para alcanzar una relación interactiva entre el individuo y la edificación.

            El Beaterio ocupó la mitad de la manzana en donde se emplazó, delimitada al este por la calle de Puerto Cabello y al oeste por la calle Comercio, las características del edificio son descritas de la siguiente manera:

“El Colegio de Niñas Educadas (...) es de fábrica moderada de tapia y rafa, cubierta de teja y obra limpia; su capilla es vistosa, se compone de una pieza bien capaz, cuyo presbiterio lo cubre una media naranja de magnifica estructura; su claustro consta de una celda y mantiene en su patio una pila, que sólo sirve para los usos de la cocina”[1].

                                                                                                                       

Las dependencias estaban agrupadas alrededor de dos patios aporticados. En la esquina sur-oeste una cúpula semiesférica cubría la capilla del religioso recinto, hacia la parte este se alojaban los dormitorios y las aulas de clases.

Al detenerse en un análisis sobre el origen de la ubicación del Capitolio en las instalaciones del Beaterio, quizás esté implícita una necesidad que va más allá del cumplimiento del Decreto Legislativo de 2 de mayo de 1874, de Guzmán Blanco, que contempló la extinción de los conventos en el país; en la idea de ubicar el Capitolio en una edificación de la colonia, puede suponer una forma de representar el poder que ejerce el gobierno al eliminar la actividad religiosa dentro de una infraestructura que ha estado funcionando desde años como Beaterio, como oposición sobre una “idea de religiosidad” que no alcanzó los niveles de practicidad y organización a que aspira el Estado moderno, a la vez que procuró integrar las nuevas actividades administrativas a la decimonónica dinámica urbana, demostrando la capacidad de sus funcionarios técnicos en acondicionar una edificación de arquitectura “española” en un sistema representativo gubernamental del siglo XIX.

Mapa de la ciudad de Valencia. Año 1839. Fuente: ZAWISZA, Leszek. Arquitectura y obras públicas en Venezuela. Tomo 2, p. 213.



            La distribución espacial del edificio no fue sustancialmente modificada, se mantienen los dos patios, los corredores a cada lado del patio, sin embargo, el estilo neoclásico empleado le da envergadura al edificio, tanto en el interior como en el exterior.

           Según las funciones de las nuevas actividades debería ubicarse el Departamento Legislativo, el Departamento Ejecutivo y el Departamento Judicial, además del archivo del Estado y la oficina de correos. Cada uno de estos departamentos se dispuso en partes separadas, por lo que el Legislativo ubica su frente hacia la calle Puerto Cabello, el Ejecutivo hacia la denominada calle El Sol y el Judicial hacia la calle Comercio.

            Las adecuaciones no involucraron grandes trabajos de remodelación interna, según la descripción del Beaterio se modificaron los elementos decorativos como columnas, arcadas, y un nuevo carácter a las fachadas con pórticos de columnas toscanas y frontones adornados con molduras en cada acceso, sin embargo estos cambios formaron parte de la nueva forma de usar los espacios tanto privados como públicos de la ciudad.

b)           El nuevo uso del espacio urbano

La ciudad de Valencia no escapó de transformaciones urbanas, como parte de la incorporación al sistema capitalista que se está produciendo durante el siglo XIX, el cambio de uso en algunas de sus propiedades –como el mencionado Capitolio– forma parte de las causas que generaron la posición estratégica de la ciudad para el intercambio comercial que se inicia en el siglo XIX, convirtiendo la ciudad en paso obligado al momento de distribuir los frutos de la producción agrícola que provienen del eje de los Valles de Aragua, de las microregiones agrícolas de Carabobo, así como toda aquella mercancía proveniente del exterior que desembarcaba por el puerto de Puerto Cabello, con el fin de abastecer a la capital del país, lo que la convirtió en un segundo polo en la economía venezolana, que fungió como apoyo para la ciudad de Caracas.

            La idea de la ciudad como lugar de movimientos administrativos, financieros y comerciales se convirtió en el principal indicio de cómo se pierde el carácter de representación religiosa o ciudad mariana –visión con la que se destaca en el período colonial, cuando en la ciudad en la visita del padre Díaz Madroñero, los nombres de las calles fueron cambiados por los de escenas de la vida y obra de Cristo, como respuesta a una postura “barroca” adoptada en el período colonia– la idea de persuasión por la vía religiosa debe ser sustituida durante el siglo XIX por un nuevo carácter “ilustrativo” que involucre a la población en los nuevos esquemas económicos, la ciudad se entiende como lugar de intercambio comercial y circulación de mercancías, como objeto de uso y no de contemplación.

En el nuevo rol de la ciudad como objeto de uso, la “privatización” del suelo urbano, las edificaciones que componían el sistema urbano dejaron de tener un carácter público para incorporarse a la ciudad productiva donde, finalmente, se concentró el desarrollo económico. Este fenómeno, a pesar de tener su propio valor, de acuerdo con los recursos tecnológicos, intelectuales venezolano –sin alcanzar la profusión de países como París– mantuvo algo de similitud con las expresiones de Haussman “Usa la ciudad directamente como mercancía, la abre a la especulación del gran capital financiero, <<aliena>> por completo a sus antiguos <<sujetos>>, expulsándolos de su centro”[2]

La ciudad además de instrumentalizar los espacios públicos, dio la oportunidad de usar viejas edificaciones como símbolos de una naciente dinámica capitalista; básicamente, esta nueva forma de representación no pudo alcanzarse con la iniciativa privada, por lo que el “objeto” a ser representado –el Estado– asumió el mando como único organismo capacitado para alcanzar esa dinámica.

Con esto se pretendió hacer de la ciudad un lugar con lo que la realidad urbana y la del campo no lograran diferenciarse…“sirve para persuadir que no existe salto alguno entre valorización de la naturaleza y valorización de la ciudad como máquina productiva de nuevas formas de acumulación económica”[3].

Lo que se impuso en el fondo con el cambio de uso, fue demostrar las condiciones de prosperidad del país, es así como la arquitectura comenzó a tener un carácter emblemático que identifica la actividad que se realiza en el edificio. La arquitectura se convirtió en un instrumento para la ...“organización de materiales (y porque no de edificios) preexistentes”...[4] utilizados por el Estado en la formación de la metrópoli.

Los nuevos rasgos de la ciudad –producto de intervenciones arquitectónicas y urbanísticas– constituyeron la plataforma para una nueva forma de usar la ciudad. El nivel de comercialización del suelo define la ubicación de actividades de acuerdo a la segregación de clases, por ello las diferenciaciones en el tejido urbano se hacen notables, ya no tanto en la configuración formal, sino en la forma como se usan los espacios: se intensifica el uso espacios públicos, de espacios comerciales y gubernamentales hacia el centro de la ciudad y se dispersan las zonas residenciales hacia la periferia.

Todo objeto comenzó a tener “valor productivo” a diferencia del valor que a manera de intercambio tiene en el período colonial, en un lugar casi común en la mayoría de las ciudades: el mercado cerca a la plaza mayor de la ciudad. La nueva visión de la ciudad admitió segregaciones que fueron génesis de nuevos polos de desarrollo alejados del centro y contempló rentas inmobiliarias, disposición de fábricas, depósitos, locales comerciales que propiciaron el intercambio de diversas mercancías.

Con la importancia que tomó el “uso” de un objeto-edificio se instrumentalizó su ejecución con técnicas tradicionales y novedosas, la adopción de nuevos estilos y una nueva forma de redimensionar la escala del edificio para formar parte de la nueva estructura de la ciudad, la arquitectura no pudo ser instrumento sin la “figura” del hombre como centro de atención en los procesos –el ingeniero– quien al apropiarse de su conciencia se convierte en “hombre de oficio” al servicio del Estado.

Las actividades constructivas y los procesos de renovación urbana durante el siglo XIX, ya no eran actividades empíricas, las corrientes academicistas tanto en arquitectos como en ingenieros comenzaron a aplicarse en los nuevos proyectos de obras públicas. Guzmán Blanco, a la cabeza de la ejecución de su Proyecto de Renovación Urbana asignó funcionarios-ingenieros. Las transformaciones de la ciudad comenzaron a gestionarse con base en la institucionalización de diversas funciones.

La transformación del Beaterio en el Capitolio fue una de las demostraciones del nuevo rol de los ingenieros-arquitectos en el acondicionamiento de estructuras preexistentes para albergar nuevas funciones administrativas. Se asignó al ingeniero Mariano C. Revenga[5], con la participación del Alarife Antonio Pineda, no es difícil suponer que la participación del ingeniero Revenga estuviera en la ejecución del proyecto –mediante la aplicación del conocimiento– y supervisión de las obras, mientras que el Alarife Pineda estuviera a cargo del “trabajo obrero”

“la oposición radical, dentro del sistema de producción capitalista, entre el trabajo intelectual y el trabajo obrero, pues difieren tanto en los medios como en los fines que presuponen: la cualidad de uno se opone, por definición, a la serialidad del otro, y puede llegar hasta el antagonismo cuando se encuentran”[6]

 

Sin embargo, la asignación del ingeniero Revenga en el proyecto de transformación del Beaterio identifica otro de los hechos que definen el proceso modernizador del siglo XIX, la ejecución de obras civiles no es tema de personajes “anónimos” como quizás fue en el período colonial, ya la figura de del ingeniero formaba parte de la materialización de obras públicas, como integración a las exigencias políticas, económicas y sociales.

El ingeniero asumió un rol de “intelectual” en la nueva dinámica, a diferencia de quien finalmente, ejecuta la obra o quien realiza el trabajo manual. Esta nueva condición –impuesta por el sistema capitalista– es de cierta forma aprovechada y reconocida por el nuevo Estado-administrador para la coordinación y organización de las obras públicas, la preparación de los profesionales en la Academia de Matemáticas los convierten en los verdaderos gestores de los cambios urbanos, quienes con la aplicación del conocimiento podrán dar el carácter “gradilocuente” de la arquitectura del Estado.[7]

c)           De la función al estilo

            El siglo XIX, propuso nuevas funciones administrativas, comerciales, gubernamentales, industriales, producto de la nueva dinámica capitalista en la ciudad. Estas funciones exigieron edificaciones adecuadas para los nuevos funcionamientos, la imagen de las edificaciones de la colonia ya no representaban la dinámica. Se incorporaron en la incipiente metrópoli las propuestas neo-clásicas, se convirtieron en un prototipo con el manejo de antiguo elementos arquitectónicos recuperados para utilizarlo en los nuevos usos …“puesto que podía proporcionar la flexibilidad necesaria para adecuarse a los nuevos programas y tipos constructivos”[8] , si bien, en el caso del Capitolio no puede afirmarse una programación pre-establecida, pudo ser una referencia “intelectual” para sus proyectistas el uso del Revivals renacentista en Europa los cuales “Era especialmente empleado para residencias urbanas, hoteles y oficinas gubernamentales”[9]

El realizar transformaciones con la aplicación de elementos arquitectónicos historicistas, quizás desde el punto de vista académico, se formuló como solución no planificada, para dar respuesta por medio de una nueva escala a las formulaciones arquitectónicas, a un marcado interés por diferenciar sectores sociales.

            Con el planteamiento de edificaciones diseñadas para fines específicos se buscó una relación interactiva entre el individuo y la edificación. Relación que se vinculó estrechamente con la función del edificio; si en el caso de los eclécticos edificios comerciales construidos con modernas tecnologías se incorporó el individuo como comprador de mercancía al nuevo sistema capitalista, mediante el uso de novedosos materiales luminosos, transparentes, de componentes estructurales ligeros, de grandes escalas que representen la dinámica capitalista y la capacidad de consumo de la burguesía que facilitaron la exhibición de mercancías y productos.

En el caso del Capitolio como sede gubernamental, se buscó alcanzar la identidad del individuo del siglo XIX, por medio del edificio materializado y la valorización del paisaje urbano. En esta identidad, en el caso venezolano, está implícito comprender el mensaje histórico de libertad, ofrecido por el “Ilustre Americano” con el cual pretendió persuadir al individuo hacia una visión progresista, como paradigma para las actividades con las que se podrá alcanzar el Progreso de Modernización Capitalista.[10]

            En la segunda década del siglo XIX con la ejecución de Obras Públicas se creó una imagen urbana que representó la “Independencia” tan deseada desde principio de siglo, la construcción de instalaciones públicas de convirtió en el símbolo de la “prosperidad” económica, de los cambios sociales y culturales alcanzados.

            La arquitectura durante este siglo, fue uno de los lenguajes más expresivos y de interpretación de la ciudad, producto de la competencia que impuso la dinámica capitalista “El patrimonio edificado podía afectar al comportamiento social, podía ser portador del sentimiento de nuestra identidad, de lo que aspiramos a ser y por tanto podía elevar nuestros espíritus”...[11], con la ejecución de grandes proyectos se sustituyó la imagen doméstica que habían tenido los edificios públicos durante la colonia, por edificios de carácter más ambicioso y a tono con esa dinámica capitalista del siglo XIX.

            En Venezuela la primera iniciativa de construcción de un edificio destinado exclusivamente para las actividades gubernamentales, como el Capitolio fue en la ciudad de Caracas, donde son demolidas las instalaciones de los conventos religiosos de mujeres para las instalaciones del Capitolio[12]; en Valencia se acondicionó una estructura ya existente desde la colonia, las cuales, junto con otras realizadas en las principales ciudades del país, se ejecutaron sin planificación, a manera de adecuación a funciones de la ciudad.

            El edificio fue transformado para ser sede del Capitolio en Valencia, adoptando los elementos de la arquitectura neoclásica. Las nuevas funciones que el edificio debió albergar fueron organizadas aprovechando los elementos decorativos y materiales constructivos del momento, aplicados en la construcción de componentes que siguen los modelos histórico utilizados durante los siglos XV y XVI.

            Desde el punto de vista urbano se consolidó otro polo de desarrollo económico y político hacia esta zona. El antiguo centro, formado por la plaza Bolívar y viejas edificaciones coloniales se acondicionaron para albergar nuevas funciones comerciales, posadas, lo que a partir de 1874, con la construcción de la plaza Guzmán Blanco, se afianzó el carácter político del nuevo polo: el Capitolio, la plaza Guzmán Blanco y el Colegio Nacional transformado en Universidad.

            Quizá el nuevo uso de estos espacios es determinado por la plaza ... “cercada por un elegante enbarandado de hierro, hexagonal, terminando en lanzas bronceadas, con un metro 25 de altura, sostenido por 16 grandes columnas de hierro fundido y por cien pequeñas, en armonía con altura de la baranda”[13] además del uso de distinto elementos de “ornato urbano” como farolas, bancos, fuentes, árboles, caminerías que convergen en el centro de la plaza donde se aloja la estatua de Guzmán Blanco, todo un símbolo de enaltecimiento a la imagen del presidente, que junto con los edificios transformados en sus estructura física y en su uso –por su propio mandato– confirman el alcance del poder del Estado sobre la ciudad, del reconocimiento del hombre como sujeto de la misma.

            El conjunto urbano integrado por la plaza Guzmán Blanco, el capitolio y la Universidad se consolidó con el tiempo en el punto de encuentro de las fuerzas vivas y de los distintos sectores que componen la ciudad.

Plaza Guzmán Blanco (superior) Capitolio (inferior). Año 1875. Valencia. Fuente: ZAWISZA, Leszek. Arquitectura y obras públicas en Venezuela. Tomo 2, p. 241.

















[1] ZAWISZA, Leszek. Arquitectura y Obras Públicas. Tomo 2, p. 223.

[2] TAFURI, Manfredo. De la Vanguardia a la Metrópoli. Crítica radical a la arquitectura, p. 102.

[3] TAFURI, Manfredo…Ibídem, p. 21

[4] TAFURI, Manfredo…Ibídem, p. 22

[5] “confirmándose oficialmente en las funciones de director científico al ingeniero Mariano Revenga, “que desde el principio, espontáneamente y con prodigalidad de notorios merecimientos, las venía ejerciendo”. Con esta nueva asignación se doblaron las labores de construcción”... En: ARCILA FARIAS, Eduardo. Historia de la ingeniería en Venezuela, p. 501.

[6] LÓPEZ, Manuel. Los intelectuales y las obras públicas (mimeo). P. 11.

[7] Guzmán Blanco hace un reconocimiento a los funcionarios que participan en la ejecución de los proyectos ...”reconoció también los méritos del Ingeniero Mariano Revenga y del Alarife Antonio Pineda y decidió condecorarlos con una medalla especial. Este procedimiento, ya utilizado en ocasión de la inauguración de las obras del Capitolio de Caracas, fue facilitado por la decisión de la Legislatura del Estado Carabobo”... En: ZAWISZA, Leszek. Arquitectura y Obras Públicas en Venezuela. Siglo XIX. Tomo 2, p. 230.

[8] KOSTOF, Spiro. Historia de la arquitectura. Tomo 3, p.999.

[9] Una explicación detallada del uso del neo-clásico en: KOSTOF, Spiro. Historia de la arquitectura pp. 996-1004, tomo 3.

[10] Guzmán al referirse al Capitolio Federal expreso: ... “ese magnífico edificio es el emblema de la “Revolución de Abril” y representa la estabilidad de Venezuela”... En. Diccionario de Historia de Venezuela. Voz: Capitolio Federal, tomo 1, p. 537

[11] KOSTOF, Spiro. Historia de la arquitectura, p. 1084.

[12] “Proyectar la imagen de “país civilizado”. La participación de los profesionales era fundamental para llevar adelante los programas de obras públicas que debían insertarse en la corriente de avanzada con la tecnología y la arquitectura de finales del siglo XIX, “poniendo al día” al país en ese ámbito y teniendo a Caracas como centro del desarrollo artístico nacional, patrón y regla a imitar”... MEZA SUINAGA, Beatriz. El Palacio Federal-Legislativo. Arquitectura e historia venezolana desde el siglo XIX. Instituto de Patrimonio Cultural, Caracas, p 65

[13] ZAWISZA, Leszek. Arquitectura y obras públicas en Venezuela. Siglo XIX… Tomo 2, p. 226.

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Hacer arquitectura es tener un acuerdo tácito con la historia. Es el resultado de una dura práctica en busca de lo esencial. La arquitectura es una cultura continua, cuyo conocimiento se ha ido transmitiendo en el curso de la historia, que, a su vez, la añeja y la enriquece, incorporándola. Es un acto profundamente culto, pues no se recrea lo que no se conoce. Por el contrario, es el conocimiento el que permite la escogencia y la selección. Y este es el gran momento de la creación.

Hacer arquitectura es recrear elementos que ya existen. No se inventan los patios, las atarjeas, los vanos ni las transparencias, el zaguán los patios ni las plazas. Es también la mirada que recorre con rigor y entusiasmo las pequeñas cosas de la vida, que sublima lo cotidiano, que resuelve bien, por ejemplo, una ventana porque a través de ella entra el paisaje, o que al diseñar un patio sabe que desde allí descubre el hombre las estrellas y le dan un límite al infinito.

(Rogelio Salmona. En: Ricardo L. Castro (1998). Rogelio Salmona. Bogotá, Villegas Editores, p. 49).

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